Mi Opinión

28 noviembre, 2008

Discurso ENADE 2008

· Mi nombre es Jorge Burgos.
· Soy abogado y Diputado de la República.
· Tengo el honor de haber sido uno de los cuatro parlamentarios que votó a favor el proyecto de reajuste del gobierno.
· Los saldos de mi cuenta corriente, además de otra información importante de mi quehacer como legislador, son públicos y figuran en Internet.
· A diferencia de otros que presentan recursos judiciales para impedir que se conozcan sus movimientos y saldos bancarios, yo he preferido conveniente que la ciudadanía conozca esa información.

LA POLÍTICA

¿Por qué empezar así?
· Porque estoy preocupado por la actividad política.
· Durante toda nuestra historia como humanidad, no hemos encontrado otra forma de organizarnos y administrar nuestras diferencias, que no sea a través de la política.
· Cuando la política comienza a avergonzarnos, nuestra primera reacción es que tendemos a negarla, esconderla bajo la alfombra o a llamarla de otras maneras.
· Pero si la política nos acompañará por siempre, es imperativo relevar su importancia, por la vía de contribuir a su nobleza y a su prestigio.
· ¿Acaso algunos atisbos de mayor violencia que percibimos en nuestra sociedad –en el movimiento estudiantil, en el tema mapuche o en la manera que se verifican los conflictos laborales- no son acaso una muestra del déficit de nuestra política?.

La política como contexto ineludible
· La forma de nuestra política raya la cancha y establece las reglas del partido que queremos y podremos jugar.
· Cuando la política anda mal, todo anda mal. Buena parte de las tragedias que han sufridos varios países de la región tienen el origen común en una política deficitaria.
· Las más cruentas dictaduras, las más dolorosas tragedias sociales, los peores experimentos en Latinoamérica fueron siempre precedidos de una profunda crisis de la política.
· Quizás este sea un buen espacio para recordarlo también: si la política termina por sucumbir, también lo hará la economía y la confianza social de las personas en sus instituciones.
· No quiero parecer catastrofista. De hecho no soy muy amigo de los números, pero en Chile los quiebres institucionales han tenidos una periodicidad matemática, con intervalos de 40 años: 1811, 1851, 1891, 1931, 1973 (erró por dos años). De seguir esta secuencia, el próximo correspondería el 2011 (o 2013, según la última corrección). Más allá de las coincidencias, lo que muestra esta secuencia es que Chile no posee memoria histórica y cada nueva generación afronta esta disyuntiva como si fuera la primera vez.

¿Por qué la política está tan mal?
· De cara a interrogarse por lo complejo del momento que estamos viviendo, uno podría traer a colación varias explicaciones.
· Primero, echarle la culpa a la oposición y enumerar las innumerables ocasiones en que –embriagados por el vértigo del desalojo- han implementado una estrategia no vista en nuestra democracia post 1990, que ha hecho gala de la obstrucción y la intransigencia.
· Segundo, uno podría también responsabilizar al gobierno, haciendo notar como una gestión política amateur, contradictoria y a ratos incomprensibles, ha sido incapaz de tender sólidos puentes entre la administración central, el parlamento, los empresarios, los trabajadores o la sociedad civil.
· Tercero, uno podría simplemente constatar el deterioro de la coalición gobernante –me refiero a la Concertación- y como después de casi dos décadas en el poder, a ratos parece cansada, agotada, dividida y sin ideas.
· Pero ninguna de esas respuestas, me parece a mí, acierta completamente en el diagnóstico. Lo nuestro es más profundo y de largo aliento, y tiene que ver con la forma de nuestra arquitectura institucional.

Llora a gritos más competencia en la política
· Aunque no soy muy amigo de los símiles entre la política y el mercado, estoy convencido de que la única forma de contribuir a mejorar la calidad de la actividad política es promoviendo al máximo la competencia.
· De esta forma, más competencia es… ampliar todo lo que se pueda el universo electoral, promoviendo la inscripción automática y el derecho a sufragio de nuestros compatriotas en el exterior.
· Máxima competencia es… terminar con la exclusión de importantes sectores que no están representados en el parlamento reformando el sistema binominal. Incluso, si me permiten, facilitando se puedan presentar más candidatos que los cupos que efectivamente se promueven.
· Más competencia es… transferir a los ciudadanos parte de la decisión de entre cuales candidatos quieren elegir, promoviendo las elecciones primarias vinculantes para los partidos y las coaliciones.
· Más competencia es… terminar con la incidencia del dinero en la política, promoviendo una real igualdad de oportunidades a través del financiamiento de las elecciones y los partidos.

El poder del dinero, los conflictos de intereses y la mayor transparencia
· El igualitario acceso a los cargos públicos también debe considerar la mayor de las limitaciones o barreras de entrada: la desigualdad económica.
· En ese entendido, debe perfeccionarse la actual ley de gasto electoral, permitiendo una real identificación del origen y destino de los recursos, haciendo más severas las sanciones por su incumplimiento.
· Pero tratándose de un ámbito eminentemente público, el financiamiento debe alcanzar a la actividad política en su conjunto. Al igual como sucede en la mayoría de las democracias de los países desarrollados, el profesionalismo de esta actividad está íntimamente ligado a la posibilidad de desarrollarla en forma exclusiva, excluyente y transparente.
· De paso, y sin que esto constituya una justificación o disculpa, disminuiría la tentación de echar mano a recursos públicos destinados a otros propósitos y podría limitarse de mejor forma la intervención electoral.
· Todo lo cual, no puede sino ser acompañado de una regulación clara, y sin eufemismos, el lobby, el tráfico de influencias y el conflicto de interés (ejemplo: el ejercicio de la abogacía como parlamentario).

EL ESTADO Y EL MERCADO

La importancia de distinguir entre medios y fines.
· Durante muchos años hemos sido presa de una vieja confusión. El debate político y valórico debiera concentrarse en los fines de las políticas públicas. En ello, incluso es más fácil llegar a acuerdos transversales: equidad, igualdad de oportunidades, garantías mínimas, niveles de competitividad deseados, políticas de innovación, protección de los derechos laborales.
· El debate acerca de los medios ha sido demasiado esencial e ideológico, durante mucho tiempo y de modo equivocado. En rigor, debiera ser más instrumental y sometido a un juicio más bien técnico de eficacia y eficiencia (costo-efectividad). Lo que debiera importar, más bien, es de qué manera cumplo de mejor forma el objetivo.
· Uno de los problemas del debate Estado Mercado es la exagerada primacía del debate sobre los medios y un cierto olvido acerca de los fines. Estado y Mercado son, finalmente “medios”, como también son “medios”, las diversas interacciones y relaciones entre ellos.
· La correcta distinción entre medios y fines ayuda, también a una mejor distribución y complementariedad de funciones entre políticos y tecnócratas. Los políticos deben conducir el debate público hacia la definición de los fines y prioridades. Tienen la legitimidad y responsabilidad democrática para cumplir esa tarea fundamental. A los técnicos les corresponde ayudar a concretar esos fines de la mejor manera posible.
· La ejecución adecuada de las políticas es una forma especialmente elevada y exigente de ética pública: la eficiencia es un imperativo ético de la política. Cuando se administran recursos escasos, la mediocridad en la gestión atenta contra el bienestar de los pobres.

La urgente necesidad de modernizar el Estado
· Chile tiene un buen Estado, para los estándares regionales. Incluso en indicadores de competitividad internacional, el sector público le sube la nota a Chile. Pero ese Estado, razonable para el Siglo XX, no da cuenta de los desafíos del Siglo XXI.
· Uno de los temas más urgentes, a mi modo de ver, es la relación entre el centro y regiones. No se puede seguir postergando la verdadera descentralización bajo el argumento de la falta de capacidades o destrezas. Más parece la excusa para mantener un centralismo que aplasta la creatividad regional e impide hacer responsables a las autoridades regionales frente a la gente de la región.
· Tenemos, además, fuertes debilidades para abordar materias intersectoriales: innovación, seguridad ciudadana. El organigrama del aparato público, propio del siglo pasado, no corresponde necesariamente a las prioridades y complejidades intersectoriales de las políticas.
· Muchos de nuestros instrumentos están obsoletos. Por ejemplo, no tenemos mecanismos transparentes y efectivos para sostener alianzas público-privadas y fomentar el rol articular del Estado. De igual forma que carecemos de medios para efectivamente evaluar ex post del impacto de las políticas públicas.
· Con todo, nuestra primera prioridad sigue siendo mejorar la calidad del recurso humano. Así como necesitamos mejores condiciones para nuestros funcionarios públicos, también requerimos de mayores rendimientos.

Levantar la mirada
· Una de las cuestiones que más me preocupa, de cara a la función y objetivos de la política, es la necesidad de tener una mirada prospectiva y una visión de futuro.
· No es posible que sigamos confundiendo entre el rol del Estado y el del gobierno. El primero no sólo debe velar por el respeto a la institucionalidad y la correcta aplicación de las leyes, sino –más importante todavía- debe ser el espacio de las políticas públicas transversales, que incorporen el mayor acuerdo de la clase política. La función del gobierno, quizás de menor extensión aunque no menor importancia, debe consistir a dar respuestas a esos continuos cambios de orientación y prioridades políticas.
· Uno de los desafíos principales impuestos por el período de 4 años sin reelección radica en vencer la miopía estructural de políticas y programas a que pueda conducirnos un excesivo cortoplacismo presidencial.
· Mientras no modifiquemos el período presidencial, la clase política debe darse cuenta del tremendo riesgo de estancamiento a que nos puede conducir la combinación entre la beligerancia y falta de cooperación, por un lado, y la miopía estructural de períodos cortos.
· Por tanto, el desafío es sostener en el tiempo políticas que se hagan cargo de los desafíos fundamentales el país y compartidos en términos esenciales de diagnóstico y política pública aplicable por los sectores políticos relevantes (ejemplos, educación, innovación, seguridad ciudadana, reforma del Estado).

El Estado: regulación y tamaño
· Chile mantiene una deuda con la profesionalización de sus principales gerentes públicos. Actualmente no cumplimos los estándares internacionales en relación al modo de designar las autoridades regulatorias. Hay todavía, demasiada dependencia política de quienes regulan nuestra actividad económica y financiera.
· En lo estructural, es todavía prematuro anticipar cómo decantará el debate internacional respecto de la nueva arquitectura de regulación financiera. Con todo, es relativamente predecible que aflorará una mayor tendencia a una regulación global. Me refiero a la posibilidad de entidades supranacionales con capacidad de “ordenar” y “coordinar” a las entidades nacionales. Mayor integración de competencias reguladoras para evitar fragmentaciones, asimetrías y costos de coordinación.
· En ese escenario, es también probable que vuelva a instalarse la discusión en torno al tamaño del Estado. En esta materia, la tendencia internacional es que el tamaño del Estado crece conforme aumenta el desarrollo (PIB), ubicándose Chile en una posición equilibrada de gasto público, si es que se considera como gasto las cotizaciones previsionales.
· El gasto chileno incluso puede estar marginalmente por sobre lo que corresponde a su nivel de desarrollo, si se agregan otros pagos de uso de servicios que en otros países se financian con impuestos (concesiones de obra pública). En suma, el tamaño del Estado, debidamente calculado parece adecuado al nivel de desarrollo.
· Esta es una métrica estadística y no valórica, ni tampoco compara gasto con resultados (impacto o eficiencia). Para mejorar la evaluación de la necesidad y pertinencia del gasto –para pasar del debate acerca del tamaño, y entrar al debate de la calidad o del “mejor Estado”- es esencial contar con mecanismos adecuados de medición de la calidad de las políticas públicas.

El Mercado: Chile ya eligió
· Como país nosotros tomamos una decisión y debemos reafirmarlo sin ningún complejo. Mercados abiertos para vender y comprar al mundo.
· La opción por suscribir tratados es una apuesta por la competitividad de nuestros mercados y también un compromiso más o menos explícito de políticas económicas asociadas a la apertura: libre comercio, inversión extranjera, propiedad intelectual, estándares regulatorios globales y otros.
· Ingresar a la OECD es un reforzamiento del compromiso en torno a políticas de mercados libres, adecuadamente regulados y abiertos.
· Nuestros desafíos de la competitividad son múltiples. Y algunos inciden en la institucionalidad pública: innovación, educación, seguridad ciudadana, sistema judicial, estabilidad política, políticas laborales, infraestructura, políticas macro y otros.
· En definitiva, en materia de regulación económica se requiere una mirada equilibrada y desideologizada entre las fallas del mercado y las fallas del Estado. La buena regulación también tiene métrica: pertinencia, costo efectividad, equilibrio entre desarrollo del sector económico y satisfacción de los consumidores, etc.

EL CHILE MÁS ALLÁ DEL 2010

La urgencia de la crisis: proteger el empleo
· Uno de los desafíos mayores es, sin duda, proteger el empleo y minimizar el riesgo de que muchos de nuestros compatriotas, y en particular los más pobres y los que han tenido menos oportunidades en la vida, pierdan su trabajo o no puedan encontrar uno.
· Ese es el norte y no debemos perderlo de vista en estas circunstancias, porque el gran riesgo es que terminemos protegiendo a algunos empleadores específicos o a sectores económicos particulares, que aprovechan estos tiempos de crisis para pedir privilegios y beneficios especiales que no tienen ninguna lógica económica y que terminan simplemente beneficiando a unos pocos a costa de todo el resto.
· En el plano macroeconómico, sin duda que hemos avanzado mucho, y la regla fiscal nos ha permitido hoy estar mucho mejor preparados que en toda nuestra historia pasada para enfrentar una crisis económica.
· Dado que uno de los desafíos mayores en una crisis que afecta la economía real es el empleo, esta es una oportunidad para diseñar seriamente un conjunto de políticas laborales que permitan una mayor protección de los trabajadores cuando efectivamente se encuentran sin trabajo, con mecanismos de flexibilidad que permitan ajustarse a una crisis de una forma que no implique como primera respuesta el despido de trabajadores.
· Probablemente el camino a seguir sea implementar esquemas de flexibilidad mayor en salarios y horarios junto a un subsidio de desempleo mucho más fuerte que el que tenemos hoy.

Nuestra prioridad fundamental: una sociedad más inclusiva y menos desigual
· Cuando le preguntamos a una persona por dónde vive en la ciudad de Santiago, éste, al responder, probablemente nos esté contestando 5 o 6 preguntas a la vez. Todavía hoy es posible, a partir de la información de dónde vive una persona en Santiago, hacer un cálculo aproximado del rango de su ingreso promedio; lo que a su turno se relaciona directamente con la posibilidad que tuvo, o no, de estudiar una carrera profesional o técnica; lo que se vincula a si estudio en un colegio particular, o uno público o subvencionado; lo que a todas luces, además, estuvo determinado por las posibilidades económicas de sus padres. Muchas veces, el lugar donde uno vive en Santiago, determina si se posee cuenta corriente e incluso en que banco.
· El desafío entonces, es cómo romper este círculo perverso; como no transformar en una irremediable tragedia familiar el que un jefe o jefa de hogar de hogar pierda temporalmente su trabajo; cómo hacer carne, y de verdad, la promesa de que el mérito y el esfuerzo les permitirá surgir más allá del infortunio de la lotería de la vida.
· La noción de igualdad excede con mucho a la clásica y formal noción jurídica. No se trata a las personas de forma igual, cuando se les pone a todos en el mismo lugar al inicio de una carrera, en condiciones de que algunos deben correr vendados, otros amarrados y muchos más observan con desazón como su pista está plagada de obstáculos.
· Cómo hacer, insisto, para soltar las vendas, las amarras y liberar el camino de tanta valla que a ratos reduce la igualitaria competencia sólo a una quimera. En definitiva, cómo hacer para transformar a los ciudadanos en dueños de su propio destino.
· Sueño con una sociedad que sea capaz de asegurar que todas las personas tengan acceso equitativo a las oportunidades del progreso y de la protección social. El desafío es cómo pensar con un mayor rigor político y técnico, una sociedad que establezca un límite de calidad de vida bajo el cual ninguna persona debería vivir.

El Chile del 2010 requiere de un nuevo trato entre nosotros
· Debemos ponernos de acuerdo en la definición política más sustantiva que un país puede hacerse colectivamente: ¿qué bienes, en que calidad y cantidad, estamos dispuestos a asegurarles a todos y cada uno de nuestros compatriotas?
· Esa respuesta, ese nuevo consenso social, es el que ordena y dibuja una nueva ecuación entre Estado, mercado y persona. Sólo la claridad en esa respuesta es lo que permite conjugar el necesario e indispensable crecimiento económico, la igualdad de oportunidades y el pleno ejercicio de las libertades.
· Pero en ese esfuerzo no podemos permanecer como espectadores sino como protagonistas. Somos parte de una sociedad y, por lo mismo, así como ejercemos y exigimos derechos, también tenemos deberes y debemos cumplir obligaciones; muy especialmente de cara a evitar, o al menos atenuar, la desgracia de quienes han sido presa del infortunio.
· Pienso, por ejemplo, en lo que hizo Australia o Holanda, donde el consenso político fue precedido de una inédita alianza público privada, la que en un espacio de respeto y diferenciación por los roles y tareas propias, hizo posible fijar un rumbo común.
· Sólo de esta forma, me parece a mi, podremos contribuir a una mejor organización económica y productiva; elevar drásticamente la inversión estatal y privada en innovación; multiplicar la investigación para el desarrollo; que en educación se pudiera transitar desde la cobertura a la calidad; de la necesidad de una mayor inclusión social y de otros tantos temas que con urgencia debemos abordar.

Al terminar: una palabra respecto de seguridad ciudadana
· Esta es una de las tantas materias donde requerimos de un acuerdo transversal. Si alguien cree que sólo desde el gobierno, desde un municipio o una oficina parlamentaria, podrá contribuir a este problema, es que no ha entendido nada respecto de la urgencia y complejidad del tema.
· Requerimos de una mirada equilibrada entre la prevención que pueden otorgar las políticas sociales y acción punitiva que emana de la labor policial y los jueces. La enorme cantidad de niños que participan en hechos delictivos es un llamado a la conciencia de la sociedad en general.
· Mientras no resolvamos los orígenes de la delincuencia, podremos seguir gastando miles de millones de dólares sin ningún resultado relevante. Seguir aumentando el gasto para ampliar y profundizar la acción punitiva del Estado no es un indicador de que mejoramos sino todo lo contrario.
· Mientras todos lo años sigan egresando de las cárceles más de 20 mil personas, muchas de ellas sin oportunidades para rehabilitarse, estigmatizadas socialmente y excluidas de las oportunidades laborales, no hacemos sino volver a encaminarlos en la senda de delito.
· En este tema ha existido demasiada demagogia. Mientras queramos seguir rentando políticamente con el dolor de unos y la falta de oportunidades de otros, seguiremos acrecentando nuestro miedo, rabia y frustración; con el sólo beneficio para los sheriff de turno.

El 2014: un nuevo futuro y una nueva generación
· Nadie con un mínimo de honestidad política e intelectual, podría desconocer que estas últimas dos décadas han sido el mejor periodo en la historia de Chile. Cualquiera de los índices por los cuales se mide el progreso de una nación: crecimiento económico, el desarrollo de las libertades, la solidez de sus instituciones o el mejoramiento de la calidad de vida de los ciudadanos, en especial de aquellos más pobres. En eso somos responsables todos: el gobierno, la oposición, los empresarios, los trabajadores y los ciudadanos. Como decía el Cardenal Silva, nuestro país tiene una vocación de entendimiento.
· Tampoco deberían de extrañarnos los profundos cambios que ha experimentado nuestra sociedad en igual período. Somos testigos de una ciudadanía más diferenciada y autónoma, fragmentada en sus anhelos e intereses, más informada y conciente de sus derechos, que por lo mismo reclama de sus autoridades de soluciones precisas y eficientes, las que no siempre el Estado y su elite gobernante han podido satisfacer. En algún sentido, déjenme resumirlo de esta forma: somos víctimas de nuestro propio éxito, ya que no siempre hemos podido comprender la complejidad de una sociedad que nosotros mismos contribuimos a transformar.
· El futuro reclama de nuevas ideas, pero también de nuevos líderes. Quienes hemos sido protagonistas durante estos años, en la política, en la empresa o la sociedad civil, nos sentimos orgullosos de lo que hemos hecho como país. Ustedes mismo, al salir de Chile, han varias veces confesado, con algo de pudor, como nos admiran en el mundo.
· Sobre esa base, con ese patrimonio, es que también creo requerimos de una nueva generación de dirigentes que se hagan cargo del país de los próximos veinte años. Los que estamos aquí, confesémoslo, ya no somos ninguna jóvenes promesas. Fui funcionario de gobierno y diputado; Sebastián fue Senador y candidato de la Presidencia, muchos de ustedes ya han perdido la cuenta de cuantas veces han participado en este encuentro.
· Llegó la hora de jugar y apostar con las fichas del futuro. Con el aporte de todos, de ustedes y del nuestro, aconsejando y acompañando, creo llegó la hora de dar el paso para que sean los más jóvenes quienes asuman el protagonismo del Chile de la próxima década.

25 noviembre, 2008

Renuncia a candidatura de presidencia DC

Estimados amigos y amigas:

Por medio del presente, antes que se enteren por la prensa, quiero contarles que he tomado la decisión de no persistir en mi intención de encabezar nuestro Partido, después de la Junta Nacional del próximo 13 de diciembre.

Debo confesar que en algún momento, de buena fé, pensé que mi nombre podía producir grados importantes de consenso y efectos concretos de unidad, para enfrentar los difíciles desafíos que esperan a nuestro Partido.

Los hechos, varias declaraciones de camaradas, algunas comedidas y fraternas, y otras, no pocas, descomedidas cuando no brutales, me hacen llegar a la conclusión que mi pretensión original, no solo no se da, sino más bien produce el efecto contrario.

Quien conduzca, ojala fruto del acuerdo, con dosis importantes de renovación, no debe despertar los grados de encono que mi nombre ha producido. La verdad es que no me lo esperaba, pero las cosas son como son, no como uno las sueña.

Desde luego si logramos un acuerdo real, me sumo con mi modesto apoyo.

Agradezco muy sinceramente la disposición por ustedes tantas veces demostrada, en gestos y palabras.

Quiera Dios, iluminarnos para la Junta Nacional del 13 de diciembre y salir fortalecidos para seguir trabajando por nuestra Patria.

Fraternalmente,

Jorge Burgos V.



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17 noviembre, 2008

CRISIS DE PARTICIPACIÓN

Norberto Bobbio afirmó que lo que diferenciaba a la democracia era que en ella, para tomar decisiones colectivas, se contaban las cabezas en vez de cortarlas. Hasta donde podemos avizorar los problemas políticos en el horizonte, no parece que entre los riesgos inmediatos de Chile esté que se vuelvan a cortar las cabezas para adoptar –o más bien para imponer- decisiones políticas. Un problema grave, en cambio, es el de que contamos pocas, y cada vez menos, cabezas para decidir colectivamente.

En las recientes elecciones municipales, de un universo electoral potencial de 12.000.000.- ciudadanos (entre los que no cuento a los que no residen en el país), más del 50% no participó o porque no se había inscrito en los registros electorales, o se abstuvo, mientras otro porcentaje concurrió a las urnas para anular su voto o no marcar preferencia alguna. La suma de no inscritos, abstencionistas y electores de nadie fue así más de la mitad del total de potenciales electores.

En el plebiscito de 1988, sólo un 12% de los mayores de 18 años se restó a optar por el sí o por el no. Esa cifra de quienes no emitieron votos válidos sobre el total de potenciales electores, subió al 15% en las elecciones presidenciales del año siguiente, al 27% en las municipales del 92, declinó al 21% y al 24% en las parlamentarias del 93, para volver a crecer a casi un 34% en las municipales del 96 y a casi un 40% en las parlamentarias del 97.

Mientras las cifras que consigno se empinaban hace ya 10 años, algunos pensaron que esta era una razón para estar satisfechos, pues las leyeron como una señal de que los otrora polarizados ciudadanos chilenos podían dedicarse a gozar desaprensivamente de sus vidas privadas, porque la política marchaba razonablemente bien y en nada cambiaría radicalmente sus modos y estilos de vidas. Hoy, la magnitud de la no participación, ya no permite una mirada tan alegre. Esto es particularmente así porque si nada cambiara, salvo el inexorable paso del tiempo, el porcentaje de inscritos en los registros electorales sería en unos años igual a un cuarto de los potenciales ciudadanos. Exactamente un 24,45% de los chilenos mayores entre 18 y 29 años se encuentra hoy inscrito en los registros electorales. Reste Ud. a esa cifra un porcentaje razonable de abstencionistas y de votos nulos y podrá calcular que las cabezas que habremos de contar en las elecciones futuras podría llegar a la aterrante cifra de un quinto del total de ellas.

Las democracias occidentales -y la chilena no hace excepción en esto- recorrieron en los siglos XIX y XX el camino inverso al de los últimos 20 años que he consignado. El derecho a participar y ciertamente el derecho a sufragio ha debido conquistarse por muchos grupos excluidos con sangre, sudor y lágrimas, desde que los burgueses revolucionarios de la Europa del XVIII impusieran la idea de que todos hemos nacido libres e iguales. Sólo que “todos” para ellos aludía sólo a los hombres propietarios y letrados. En Chile, el voto fue también una cosa sólo de hombres alfabetos y acomodados (voto censitario) hasta bien entrado el siglo 19.

Hacia 1874 se expandió el voto a todos los hombres mayores de 21 años que supieran leer y escribir. De mujeres ni hablar hasta 1948, en que conquistaron el entonces llamado sufragio femenino luego de heroicas luchas. Recién para la elección de Eduardo Frei Montalvo votaron los analfabetos y los jóvenes consideraron una gran conquista haber reducido la edad para sufragar de 21 a 18 en 1967.

El camino de la inclusión de todos a la democracia puede relatarse como una heroica historia de éxitos democráticos a lo largo de los siglos XIX y XX. Un camino de luchas, con héroes y heroínas, con difíciles y costosas conquistas, en las cuales las mujeres, los pobres y los jóvenes de otrora pusieron energías admirables. Ese ferviente anhelo y pasión por participar, por ser parte del cuerpo electoral del que somos herederos y ha construido nuestra historia está hoy tan reducido que para 3 de cada cuatro jóvenes no vale el sacrificio de asistir a inscribirse en los registros electorales y salir a votar el día de una elección.

El asunto pasa por, pero es más serio que la mera cuestión del registro automático. ¿Cuantos de los jóvenes liberados de unas horas de molestia y registrados automáticamente irían a votar?

Sin duda Lipovetsky (La sociedad de la decepción) acierta cuando sostiene, que la negativa a votar refleja a veces descontento, decepción, desconfianza en relación con los candidatos o con el sistema político, también puede expresar falta de interés o la sensación de impotencia. Sea lo que fuere, los elevados índices de no participación contribuyen a la crisis de la representación democrática en esa que estamos sumergidosEn futuras opiniones y, sobretodo, en mi actuar, me comprometo a hacerme cargo y a hacer propuestas. Eso, supongo se espera de un político. Por ahora, y en ésta he querido registrar el problema y, desde luego, mi compromiso a dedicar mis mejores energías por enfrentar esta cuestión prioritaria, que juzgo como una crisis de la democracia chilena que no debe ser ni minimizada ni banalizada.

10 noviembre, 2008

Obama: Lecciones de una victoria


JORGE BURGOS

IGNACIO WALKER


Digámoslo claramente: Estados Unidos ha sorprendido al mundo con una tremenda demostración de vitalidad de su democracia y capacidad de renovación de sus liderazgos e instituciones. Con una masiva concurrencia de 133 millones de votantes, representativos del 62% del total potencial de electores -lo que no ocurría desde 1964-, ha quedado demostrado que aquí había algo muy importante que estaba en juego: por un lado, la profundización de una crisis económica, acompañada de dos guerras, el deterioro del prestigio internacional de dicho país, y la agudización de la desigualdad social en la "era republicana", que va de Ronald Reagan a George Bush, y, por el otro, una rectificación que implicase hacer frente a las consecuencias del "capitalismo desregulado" de la era republicana, al pago de la deuda social, y un giro en la política internacional que pudiese transitar desde la arrogancia del unilateralismo y las "guerras preventivas", hacia un multilateralismo en que Estados Unidos busca socios, alianzas y coaliciones para enfrentar los desafíos del mundo global.


Capítulo aparte es el tremendo proceso de renovación al interior del Partido Demócrata, en torno al liderazgo de Barack Obama. Las primarias abiertas demostraron ser un mecanismo adecuado y eficaz para permitir la renovación de un partido que había estado básicamente a la defensiva, al menos desde la elección de Ronald Reagan, en 1981, con excepción de las dos administraciones de Bill Clinton (1993-2001). La participación de 36 millones de electores en esas primarias, la movilización y entusiasmo de los jóvenes, el financiamiento de una campaña con pequeños aportes de millones de personas, el debate abierto al interior de una elección muy competitiva, son signos elocuentes y alentadores de la capacidad de un partido para renovarse y proyectarse al futuro. En esa competencia interna, Obama planteó el debate como una confrontación entre dos formas de entender la política: como máquina de poder, en torno al "establishment" de Washington y la maquinaria del partido, fuertemente influida por los Clinton, o una nueva política que supiese escuchar la voz del pueblo, en una perspectiva de cambio, de mayor transparencia, y de renovación. El estrecho margen del resultado de esas primarias y la fuerte competencia entre ambos candidatos demostraron que el Partido Demócrata planteó las cosas en términos de un debate sustantivo y una metodología apropiada. Más, y no menos, democracia fue la fórmula empleada en un partido que optó por abrirse antes que cerrarse.


Los resultados están a la vista. El partido ganó en toda la línea: eligió Presidente y Vicepresidente, obtuvo mayoría en el Senado y la Cámara de Representantes, eligió un mayor número de Gobernadores, ganó en el voto popular y en el Colegio Electoral. ¡Bingo!, podríamos decir, iniciando, seguramente, una nueva era bajo el liderazgo renovado y renovador de un Partido Demócrata que supo resolver las viejas disputas entre liberales y conservadores, entre el norte y el sur, con una convocatoria amplia y un sentido nacional. El signo de la renovación estuvo ligado al de la unidad: más allá de los estados "azules" (demócratas) y "rojos" (republicanos) fue el discurso de Barack Obama, desde el triunfo en la primaria de Iowa, hasta su última intervención frente a cientos de miles de personas en Chicago.


Las lecciones para Chile son claras y alentadoras: renovar la política no requiere de "llaneros solitarios" que arremetan contra las instituciones de la democracia representativa, con discursos entre populistas y mesiánicos, como estamos acostumbrados en América Latina. Antes bien, se puede renovar y regenerar la democracia desde el interior de sus instituciones en la medida en que haya líderes y propuestas que apuesten a un cambio creíble y necesario ("Un cambio en el que podamos creer", en las palabras de Obama). En segundo lugar, no es el dinero lo que hace la diferencia, sino la calidad de las ideas, las propuestas y los liderazgos -adicionalmente, el abultado financiamiento de la campaña de Obama fue el producto de muchos pequeños aportes, facilitado todo ello por el uso intensivo de los medios electrónicos y legiones de voluntarios distribuidos en todo el país-. En tercer lugar, los procesos de renovación política suelen ir acompañados de fenómenos de renovación de los liderazgos. Estos últimos son más efectivos cuando no son excluyentes, cuando tienen una amplia convocatoria, y cuando son capaces de encarnar valores e ideales por sobre la mera discusión de políticas públicas y lógicas tecnocráticas.