Fin de la ley del cobre, entre el estancamiento y la falta de convicción
El financiamiento de las Fuerzas Armadas ha
mantenido un modelo de asignación presupuestaria y de gestión, a través de la
ley reservada del cobre, que no se condice con el estándar de un estado moderno
ni con la necesaria transparencia que exige nuestro sistema democrático. La
denominada “ley del cobre” asigna el 10% de las ventas de CODELCO para gasto
militar, en una modalidad de recaudación directa que no tiene el mismo
tratamiento o discusión que el resto del presupuesto público y que, por lo
mismo, ha sido cuestionado por la OCDE desde 2004. Esta suerte de “piloto
automático” del gasto de Defensa no tiene ninguna justificación plausible,
excepto evitar que exista un marco de debate amplio e informado sobre un tema
que es de incumbencia de toda la ciudadanía.
En 2009, la Presidenta Michelle
Bachelet envió a la Cámara de Diputados un proyecto de
financiamiento de las Fuerzas Armadas que se ponía a tono con la imprescindible
modernización del sector y buscaba poner término a una ley, cuyo carácter de
“reservado”, es de por sí cuestionable. La propuesta también era un paso
natural, considerando que el propio Ministerio de Defensa había sufrido una
profunda reorganización y la nueva estructura se orientaba a afianzar la masa
crítica para evaluar y ponderar futuras adquisiciones militares. Durante el
actual gobierno esta iniciativa sufrió algunos cambios, pero finalmente logró
aprobarse en 2012, en primer trámite, con 107 votos a favor. Si bien el
proyecto tiene aspectos opinables, como el establecimiento de un mecanismo
presupuestario plurianual y un “piso” de financiamiento que muchos no
comparten, es claro que es un avance sobre la situación vigente.
En su tratamiento en el Senado, la iniciativa en la
práctica se paralizó. Dentro de la muy limitada agenda de Defensa que se ha
promovido a lo largo de este gobierno, este tema ni siquiera figura en la
cuenta final del Presidente Piñera, pese a que no hay otro en el plano
sectorial de la misma importancia. Esta omisión sugiere que no habría
iniciativa política para materializar la nueva ley, dejando el tema
indefinidamente postergado y expuesto a planteamientos que bien pueden derivar
a propuestas populistas. Para un gobierno que ha estado preocupado
prematuramente de balances y legados, resulta curioso, por decir lo menos, que
los dos proyectos emblemáticos de la Defensa, como la Estrategia de Seguridad y
la sustitución de la ley del cobre, terminen literalmente durmiendo el sueño de
los justos.
Ambas
iniciativas indicadas fueron promovidas con el criterio de la más alta
trascendencia, en virtud que permitirían cubrir y proyectar las necesidades
estratégicas en materia de seguridad y defensa. La realidad y ausencia de
resultados pareciera indicar que este planteamiento carecía de la convicción
que el gobierno pretendió exhibir en su
oportunidad.