Homenaje a don Bernardo Leighton
Al recorrer diferentes referencias
bibliográficas de don Bernardo Leighton se encuentran muchas coincidencias en
la valoración de la personalidad de un hombre ejemplar.
Llama la atención que, antes de su condición
de abogado o de fundador de la Falange Nacional, antecesora de la Democracia Cristiana,
se le mencione, simplemente, como “político”, tal vez queriendo relevar con
ello no solo la pasión por una actividad que el, sin duda contribuyó a
prestigiar, sino que, probablemente, porque don Bernardo encaró todo lo que se
puede esperar de un político de inspiración cristiana.
Que duda cabe que en sus raíces ocupa, un
lugar de privilegio, su impronta ignaciana, “Que haría Cristo en mí lugar, tu
me lo diste a ti te lo torno”, en el caso de don Bernardo no fueron simples
frases, repetidas diariamente en los viejos patios del casi bicentenario
edifico de Alonso Ovalle, por el contrario fueron principios e instrumentos que
cruzaron en plenitud su vida, la familia, la política, lo profesional.
Desde muy temprano puso su empeño en los
temas propios del bien común. Antes de los 20 años, participó activamente, como
dirigente estudiantil de la Universidad Católica, en las movilizaciones
permitieron la recuperación democrática.
Su vocación libertaria y democrática ya
estaba marcada. Sería su impronta y también su tragedia.
La fundación de la Falange Nacional,
junto a Frei, Tomic, Garretón y otros no fue accidental. Simplemente no cabían
en el Partido Conservador, lugar desde el que hacían política los católicos de
principio del siglo XX.
El padre Larson y otros sacerdotes,
acompañaron a Leighton y sus amigos, asistiéndolos frente a la virulencia
conservadora, que no concebía que estos muchachos, consecuentes, hicieran carne
las enseñanzas de una Iglesia que empezaba a cambiar. Mientras los católicos
criollos ignoraban las enseñanzas de la Encíclica Rerum Novarum
(Cosas Nuevas), don Bernardo y los
demás la leían y releían y se comprometían, como verdaderos cristianos, a
anunciar la buena nueva por campos y ciudades.
Así se fue construyendo la personalidad de
quien, por el cariño de todos y el talento de Ricardo Boizard, fue conocido
como “el Hermano Bernardo”. Algunos creían que este apodo obedecía a su pinta
de cura, pero sus camaradas supimos siempre que se trataba de la expresión mas
precisa para quien hizo, de su acción política, un verdadero apostolado.
Y desde todos los sectores políticos se
valoró, siempre, la disposición permanente de Leighton, de buscar y encontrar
los acuerdos necesarios, como el enseñó, poniendo siempre primero, los
intereses superiores de la
Patria. Tanto desde la izquierda como de la derecha, se buscó
siempre a don Bernardo, cada vez que había que lograr acuerdos difíciles. El
estaba siempre dispuesto. Que gran lección en un presente en que parece que a
veces buscar acuerdos mas allá de las posiciones legítimas de cada quien, es
vista casi como pecado.
Que nadie se engañe. El buscaba y encontraba
acuerdo, pero a partir de convicciones de una profundidad difícil de igualar.
Siempre hubo temas a los que no aceptó renuncias.
La justicia social y el respeto a los
derechos humanos fueron temas en los que no aceptó transacciones.
Por eso tuvo que sufrir el exilio y, en esa
condición, sufrir la acción de delincuentes nacionales e internacionales, que
vinculados a la dictadura imperante, atentaron contra su vida y de la señora Anita, en una
calle de Roma, en 1975.
Desde el 13 de septiembre de 1973, 48 horas
después del golpe de estado, se manifestó, junto a otros 12
democratacristianos, contra la dictadura recién instaurada. Desde allí su
destinó quedó marcado. Por cierto no se amilanó. La causa era mas importante que
su seguridad y, aunque había sido advertido que podría sufrir un atentado,
recorrió Europa manifestándose en contra de los horrores que ocurrían en su
patria; bregando, desde el primer día, por el retorno de la democracia.
Que ejemplo de político consecuente. Que
orgullo y desafío pertenecer a la misma causa que abrazó el hermano Bernardo.
Hoy, a veces la discusión se hace pequeña y,
en estas horas, vale la pena recurrir a la figura de un hombre tan notable
Si alguien todavía dudara de la calidad moral
de un hombre especial, vale la pena recordar su primera entrevista, ya
posibilitado de volver a Chile y 10 años después de ser baleado. Preguntado
acerca de su sueño para Chile, el hermano Bernardo contestaba, el año 1985: “Que volvamos a la democracia. Que se
produzca un gran acuerdo” y ¿cómo
podría realizarse ese sueño?, contestaba sin vacilar: “Conversando. Lo mas conveniente para el país sería que se conversara
entre oposición y gobierno, pero que se conversara en forma amplia, para que se
viera la manera de dar los pasos que lleven no a la salida del señor Pinochet,
sino a que pronto tengamos un Parlamento”
Es decir, lo más importante para el hermano
Bernardo era recrear el espacio privilegiado de la democracia para conversar,
el Parlamento. Cuanto echamos de menos esas palabras sabias.
No me atrevo a afirmar como reaccionaría den
Bernardo si observara la manera en que, suele ejecutarse, nuestra política hoy.
Pero permítanme recordar un hecho decidor. En marzo de 1973, se le insistió en
que fuera candidato a diputado por Santiago, a lo que el se negaba, convencido
que debía producirse una renovación y dar el paso a nuevas generaciones. El
solo aceptó con una condición: prácticamente no haría campaña. No le gustaba el
ambiente de polarización al que había llegado el país.
Efectivamente no hizo campaña, solo se dedicó
a conversar con muchos. El presidente Frei Montalva, uno de sus amigos de
siempre, se preocupaba de la elección de don Bernardo y el, como siempre, solo
reía cazurro. Obtuvo la primera mayoría, casi sin
carteles y, por cierto, sin el dispendio que hoy decide elecciones y opciones.
En definitiva don Bernardo es recordado de muchas
buenas maneras; como un demócrata comprometido; como un dirigente universitario
valiente, como un católico comprometido, como un político de convicciones. Pero
si tuviera que elegir una de sus muchas virtudes, elijo decir que fue un gran
ser humano, que no vacilo a la hora de vivir como pensaba, de practicar lo que
sostenía como ideal de sociedad.