Corrupción y fe pública
DENTRO DE
las amenazas que enfrenta el estado de derecho hay dos fenómenos altamente
corrosivos que tocan las bases institucionales: las malas prácticas y la
corrupción. Ambos conceptos no son análogos, pero es casi inevitable que la
implementación de malas políticas o directivas pobremente diseñadas,
significativas asignaciones de recursos y el debilitamiento de los sistemas de
control, terminen creando condiciones para que una cosa lleve a la otra.
Por lo
anterior, el denominado caso sobreprecios es una señal de alerta, cuya gravedad
radica en afectar un área sensible en las políticas de cualquier gobierno, como
es el tema de la seguridad pública. En esta materia Chile tiene mucho que
cautelar. Después de años de avanzar en leyes, procedimientos y reformas que
atacan la delincuencia, pareciera abrirse un flanco nuevo, marcado por la
improvisación e indicios de corrupción en el sistema de compras de la
Subsecretaría de Interior. Si bien la investigación del Ministerio Público debe
avanzar mucho más, es obvio y exigible que quienes ejercen responsabilidades en
asuntos de seguridad deberían tener un compromiso mayor con la ciudadanía y con
el Estado.
Asimismo,
otras denuncias que se han conocido, como es la participación de efectivos de
ambas policías en casos de narcotráfico, revelan que no basta con que el
gobierno intente potenciar la interdicción de drogas; es necesario que las
políticas antinarcóticos y las propias instituciones policiales asuman
potentes sistemas de control. Estos debieran abarcar todas las instancias
y niveles que van desde la incautación y destrucción de drogas; en especial
porque no es aceptable que los volúmenes incautados terminen diluyéndose en
procedimientos no efectuados y, de paso, comprometan a funcionarios e
infraestructura pública en la comisión de ilícitos.
La
experiencia internacional es reveladora en cuanto al deterioro institucional
que pueden acarrear la corrupción y las malas prácticas; así como también
resulta profusa en describir la dificultad que tiene desandar ese camino.
Aunque las autoridades suelen tender a considerar estas cosas como “hechos
aislados”, es necesario reaccionar a tiempo y cerrar las brechas en el diseño
de políticas, procedimientos, idoneidad del personal y sistemas de control.
Pero eso por sí solo no es suficiente.
La tarea
para frenar y corregir la corrupción, aunque es prerrogativa del gobierno,
requiere de compromisos amplios que van desde lo institucional a una mayor
participación ciudadana. Dentro de las múltiples medidas a adoptar, conviene
considerar que en el Congreso existen diversos proyectos de ley que fortalecen
la transparencia, una de las principales salvaguardas contra la corrupción. Es
necesario que ambos poderes del Estado avancen en esta agenda que, pese a
diversos y esporádicos anuncios de celeridad, sigue siendo postergada. La
espera sólo contribuye a que “episodios aislados”, como los que se han
conocido, terminen provocando más daño o, peor aún, se conviertan en un
problema recurrente que termine afectando irremediablemente la fe pública.