LA EDUCACIÓN IGNACIANA Y LA POLÍTICA
A fines de Octubre de este año, me encontraba en San Sebastián, España, a algo más de 45 Km. de la localidad de Loyola, lugar donde Ignacio hace 5 siglos, inicio su consagración a Cristo. No dude en buscar un sistema de transporte que me llevara al lugar, mi condición de ex alumno jesuita, me motivaba a visitar la fuente geográfica de una congregación que ha sabido de derrotas, de triunfos, pero en esencia sobre la base del evangelio ha sido capaz de perdurar por siglos, entregando testimonios concretos y mensajes claros al ser humano, en su lucha por trascender.
Una misión que ha entregado buena parte de su esfuerzo en formar a jóvenes para que en sus futuras ubicaciones sociales, sean capaces de discernir entre lo bueno y lo malo, entre lo posible y lo imposible, entre lo individual y lo colectivo. Por cierto que habrán miles de ignacianos que muchas veces nos hemos equivocado, pero a no dudarlo hemos tenido la oportunidad de discernir, doble responsabilidad, entonces, cuando se decide mal, pues la posibilidad de optar por lo correcto estaba a la mano.
La impronta ignaciana es de servicio y el servicio puede concretarse desde cualquier lugar donde te coloque el destino, o Dios, sin duda un lugar privilegiado para ello es la política, vista está como posición social, particularmente especial para la entrega.
Hoy cuando los jóvenes del mundo y también los de nuestra Patria, perciben lo público, la política, como una mal lugar, como un espacio de luchas de poder individualista, más que nunca se torna esencial una educación centrada en valores del servicio al prójimo, en particular al más desposeído. Que mejor lugar para concretar aquello, que lo público, que mejor lugar para ser cristiano, que en la cotidianeidad político – social.
La educación jesuita da una clara opinión, está en uno asumirla o dejarla.
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