Obama: Lecciones de una victoria
JORGE BURGOS
IGNACIO WALKER
Digámoslo claramente: Estados Unidos ha sorprendido al mundo con una tremenda demostración de vitalidad de su democracia y capacidad de renovación de sus liderazgos e instituciones. Con una masiva concurrencia de 133 millones de votantes, representativos del 62% del total potencial de electores -lo que no ocurría desde 1964-, ha quedado demostrado que aquí había algo muy importante que estaba en juego: por un lado, la profundización de una crisis económica, acompañada de dos guerras, el deterioro del prestigio internacional de dicho país, y la agudización de la desigualdad social en la "era republicana", que va de Ronald Reagan a George Bush, y, por el otro, una rectificación que implicase hacer frente a las consecuencias del "capitalismo desregulado" de la era republicana, al pago de la deuda social, y un giro en la política internacional que pudiese transitar desde la arrogancia del unilateralismo y las "guerras preventivas", hacia un multilateralismo en que Estados Unidos busca socios, alianzas y coaliciones para enfrentar los desafíos del mundo global.
Capítulo aparte es el tremendo proceso de renovación al interior del Partido Demócrata, en torno al liderazgo de Barack Obama. Las primarias abiertas demostraron ser un mecanismo adecuado y eficaz para permitir la renovación de un partido que había estado básicamente a la defensiva, al menos desde la elección de Ronald Reagan, en 1981, con excepción de las dos administraciones de Bill Clinton (1993-2001). La participación de 36 millones de electores en esas primarias, la movilización y entusiasmo de los jóvenes, el financiamiento de una campaña con pequeños aportes de millones de personas, el debate abierto al interior de una elección muy competitiva, son signos elocuentes y alentadores de la capacidad de un partido para renovarse y proyectarse al futuro. En esa competencia interna, Obama planteó el debate como una confrontación entre dos formas de entender la política: como máquina de poder, en torno al "establishment" de Washington y la maquinaria del partido, fuertemente influida por los Clinton, o una nueva política que supiese escuchar la voz del pueblo, en una perspectiva de cambio, de mayor transparencia, y de renovación. El estrecho margen del resultado de esas primarias y la fuerte competencia entre ambos candidatos demostraron que el Partido Demócrata planteó las cosas en términos de un debate sustantivo y una metodología apropiada. Más, y no menos, democracia fue la fórmula empleada en un partido que optó por abrirse antes que cerrarse.
Los resultados están a la vista. El partido ganó en toda la línea: eligió Presidente y Vicepresidente, obtuvo mayoría en el Senado y la Cámara de Representantes, eligió un mayor número de Gobernadores, ganó en el voto popular y en el Colegio Electoral. ¡Bingo!, podríamos decir, iniciando, seguramente, una nueva era bajo el liderazgo renovado y renovador de un Partido Demócrata que supo resolver las viejas disputas entre liberales y conservadores, entre el norte y el sur, con una convocatoria amplia y un sentido nacional. El signo de la renovación estuvo ligado al de la unidad: más allá de los estados "azules" (demócratas) y "rojos" (republicanos) fue el discurso de Barack Obama, desde el triunfo en la primaria de Iowa, hasta su última intervención frente a cientos de miles de personas en Chicago.
Las lecciones para Chile son claras y alentadoras: renovar la política no requiere de "llaneros solitarios" que arremetan contra las instituciones de la democracia representativa, con discursos entre populistas y mesiánicos, como estamos acostumbrados en América Latina. Antes bien, se puede renovar y regenerar la democracia desde el interior de sus instituciones en la medida en que haya líderes y propuestas que apuesten a un cambio creíble y necesario ("Un cambio en el que podamos creer", en las palabras de Obama). En segundo lugar, no es el dinero lo que hace la diferencia, sino la calidad de las ideas, las propuestas y los liderazgos -adicionalmente, el abultado financiamiento de la campaña de Obama fue el producto de muchos pequeños aportes, facilitado todo ello por el uso intensivo de los medios electrónicos y legiones de voluntarios distribuidos en todo el país-. En tercer lugar, los procesos de renovación política suelen ir acompañados de fenómenos de renovación de los liderazgos. Estos últimos son más efectivos cuando no son excluyentes, cuando tienen una amplia convocatoria, y cuando son capaces de encarnar valores e ideales por sobre la mera discusión de políticas públicas y lógicas tecnocráticas.
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